En el siglo XVIII, el movimiento de la Ilustración cambiará radicalmente el orden social. La pintura coloca al ser humano en el centro de la representación, se niega a plasmar a superhombres (dioses, personajes mitológicos y héroes legendarios) y se centra en personajes corrientes dedicándose a sus actividades cotidianas. Pone en escena la humanidad en toda su variedad, hombres y mujeres, niños y ancianos, ricos y pobres, personas de todas las profesiones, incluidas las que se encuentran en los márgenes de la sociedad, como los locos, los delincuentes y las prostitutas, con la intención de captar la verdad del mundo. El autor analiza la pintura de la Ilustración en dos series de capítulos. Parte de ellos están dedicados a cuatro grandes pintores europeos: Antoine Watteau, Alessandro Magnasco, William Hogarth y Francisco Goya. Los demás abordan diversos temas: personajes situados en los márgenes de la vida social (niños, mendigos y extranjeros), actividades que ilustran los márgenes de la mente (fantasmagorías, erotismo y disfraces) y otros géneros de la pintura, como el retrato, el paisaje y la naturaleza muerta.