La obra de Walt Whitman, poeta del yo y de la colectividad, del presente y de la democracia, va más allá de su indiscutible valor poético. El valor renovador de su poesía, inmenso y total, no ha sido por la audacia de sus temas tanto como por el modo de abordarlos. Con extraordinaria intensidad y precisión llega a alcanzar un profundo misticismo, tanto cuanto canta el amor pagano y puro como cuando describe el espectáculo de la muerte; cuando traza figuras de obreros o cuando celebra el progreso en las imágenes del ferrocarril. "Walt Whitman fue el protagonista de una personalidad verdaderamente geográfica: el primer hombre en la historia en hablar con una voz auténticamente continental", dijo Pablo Neruda. En efecto, la grandeza de Hojas de Hierba, poética y cívicamente, hay que localizarla en que es un libro absoluto, lleno de imágenes verbales y visuales y donde podemos escuchar el simple crecimiento de las hierbas. No hay duda, y así lo ha confirmado el crítico H. Bloom que W. Whitman es el verdadero centro de la poesía americana. Whitman (Long Island, 1819 - Camden, Nueva Jersey, 1892) era hijo de un carpintero que creía firmemente en el liberalismo radical. La influencia del cuaquerismo resultó más intensa del lado de su madre, cuya fe en la luz interior y en la inspiración divina heredó el hijo; el coloquio directo de Dios con el alma era una certeza que Walt sólo modificó añadiendo la sensualidad y a través de la sexualidad. La primera edición de Hojas de Hierba apareció en 1855 y ya anunciaba el autor la inspiración celestial que le inducía a convertirse en poeta y profeta del hombre común, en vate de la democracia y en encarnación de la divina mediocridad. La voz de cuantos seres no la poseen y que son tan corrientes y elocuentes como la hierba, de todas las especies y condiciones humanas, de la totalidad de las cosas del mundo físico, del cuerpo humano y del sagrado e inefable poder del sexo. Al año siguiente salió una nueva edición aumentada y en 1860 otra aún más extensa. El libro siguió creciendo hasta la muerte del poeta, no dejando la escritura ni en los momentos más críticos de la guerra civil, durante la cual se dedicó a curar y consolar a los heridos de los dos bandos.